La respuesta corta es sí, pero con una condición clave: no de cualquier forma.
En los últimos años, blockchain ha estado en el ojo del huracán dentro del debate sobre sostenibilidad. Para muchos críticos, esta tecnología se ha convertido en sinónimo de consumo excesivo de energía. El ejemplo más citado es Bitcoin: su sistema de consenso proof-of-work (PoW) consume tanta electricidad al año como países enteros, generando dudas sobre su viabilidad en un mundo que busca descarbonizarse lo más rápido posible.
Sin embargo, esta visión solo cuenta una parte de la historia. No todas las blockchains son iguales, ni todas operan con el mismo nivel de gasto energético. De hecho, los avances tecnológicos de los últimos años han demostrado que, bien utilizada, la blockchain no solo puede ser eficiente, sino que puede convertirse en una de las herramientas más poderosas para garantizar transparencia, confianza y trazabilidad en la lucha contra el cambio climático.
Y aquí está la clave: lo que antes parecía una contradicción —usar blockchain para el clima— hoy es una oportunidad. Gracias a redes de bajo consumo como Ethereum en su versión proof-of-stake (PoS), Polygon, Solana u Optimism, ahora es posible registrar y auditar acciones ambientales con un costo energético mínimo.
¿Por qué esto importa? Porque la confianza es la moneda más escasa en el mundo de la sostenibilidad. Muchas iniciativas ambientales fracasan o pierden credibilidad porque no pueden demostrar con datos abiertos y verificables que realmente hicieron lo que prometieron: retirar CO₂, proteger un bosque o generar energía limpia. Blockchain, al ser un sistema inmutable y público, resuelve ese problema desde la raíz.
En este artículo vamos a profundizar en cuándo sí se justifica usar blockchain en causas ambientales, qué condiciones deben cumplirse para que tenga sentido, y cómo proyectos como UBU ya están aplicando este modelo en la práctica.
Cuando hablamos de blockchain y energía, es clave entender que no todas las redes funcionan igual. Su consumo depende directamente del mecanismo de consenso que utilizan: es decir, la forma en la que llegan a un acuerdo para validar transacciones.
El sistema más famoso es Proof of Work (PoW), usado por Bitcoin. Aquí, miles de computadoras en todo el mundo compiten para resolver problemas matemáticos complejos y validar cada bloque.
El resultado: seguridad altísima, pero a costa de un consumo energético brutal.
En contraste, las redes que usan Proof of Stake (PoS) consumen una fracción mínima de energía.
Un caso emblemático es Ethereum, que tras “The Merge” abandonó PoW y adoptó PoS.
La evolución va más allá con las cadenas de segunda capa (L2) o sidechains, que procesan miles de transacciones fuera de la red principal y luego las registran en lotes (batching).
Si el objetivo es generar impacto ambiental real, no todas las blockchains son una opción.
Con esta base, proyectos como UBU apuestan por tecnologías blockchain de bajo consumo para que cada paso dado, cada token generado y cada acción registrada sea positiva no solo en lo social, sino también en lo ambiental.
La pregunta clave no es “usar o no blockchain”, sino cómo usarla para que no sea parte del problema, sino de la solución.
En UBU hemos definido un marco de decisión que asegura que cada paso dado y cada token emitido tenga un balance climático positivo.
La primera condición es que blockchain aporte algo que ninguna otra tecnología puede: confianza verificable.
Esto significa que no dependes de un PDF o un reporte corporativo: puedes comprobarlo tú mismo en la cadena. Y así, se evita el temido greenwashing (cuando alguien promete impacto ambiental, pero sin pruebas reales).
El segundo punto es que el remedio no puede ser peor que la enfermedad. Por eso, en UBU operamos bajo una regla: hacer más con menos.
El resultado: trazabilidad total con un gasto energético prácticamente marginal.
La tercera condición es la más importante: que el beneficio ambiental supere con creces el costo digital de operar blockchain.
Para medirlo, UBU publica un indicador claro y sencillo:
👉 Clima-ROI = tCO₂ retiradas ÷ tCO₂ emitidas por la operación del sistema.
Si la relación es mucho mayor a 1 (≫1), significa que el sistema compensa mucho más carbono del que genera. Es decir, blockchain deja de ser un costo… para convertirse en una herramienta de impacto neto positivo.
✨ Con estas tres condiciones, UBU demuestra que sí es posible usar blockchain para el bien del planeta:
En este marco, blockchain no es enemigo, sino aliado del clima.
1. Cadena eficiente: despliegue en Ethereum PoS o L2 como Optimism/Polygon.
2. Uso inteligente de la red:
3. Pruebas públicas: cada retiro de CO₂ cuenta con un enlace verificable en registros globales.
4. Dashboard transparente:
👉 Resultado: la huella digital del sistema es marginal comparada con el CO₂ que se retira gracias a la trazabilidad blockchain.
Entonces, ¿se justifica usar blockchain para combatir el cambio climático?
La respuesta es clara: sí, pero con condiciones firmes y medibles.
👉 Primero, debe operar en cadenas de bajo consumo energético (PoS o L2), que reduzcan la huella digital al mínimo.
👉 Segundo, debe usarse solo para lo esencial, con registros públicos y auditables que garanticen trazabilidad y transparencia total.
👉 Tercero, el sistema debe demostrar con datos que por cada kilovatio consumido, se retira mucho más CO₂ del que se emite.
Cuando estas condiciones se cumplen, blockchain deja de ser cuestionable para convertirse en necesaria. Porque ningún otro sistema ofrece lo mismo:
En UBU, esta es nuestra base: que cada paso dado por la comunidad y cada token generado no solo tenga valor digital, sino también un impacto ambiental real, verificable y mayor que su propia huella.
El resultado es un modelo donde la tecnología no es un lastre para el planeta, sino un motor que limpia más de lo que consume. Una red que demuestra que sí es posible unir innovación, comunidad y sostenibilidad para avanzar hacia un futuro más justo y limpio.
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